domingo, 29 de septiembre de 2013

La edad política














Tengo 46 años. Una edad. La vida me premia con más sabiduría y más canas cada día a cambio de menos turgencia y de sufrir en silencio mis hemorroides. De los treinta a los cuarenta la transición es fácil, pero de los cuarenta a los cincuenta es vertiginosa, aterradora: la edad deja de ser un concepto teórico, una quimera, brota por los poros de la piel. Soy más consciente de que la vida pasa, del tiempo. Subo a un nuevo nivel, los estereotipos correspondientes a mi franja de edad son diferentes. Otra cosa es en qué grado me ajusto yo a esos estereotipos, en qué grado me ajusto a lo que se espera de mí en una época de la vida determinada.

No creo a los que afirman que con la edad tendemos a hacernos conservadores. Quien es conservador de viejo es porque siempre lo ha sido. Con la edad fumas menos, bebes menos, sales menos, te duelen los huesos, te cuelgan las carnes, pierdes vista, oído y la tripa se apodera de tu cuerpo como un alien. Bonita excusa me parece achacar el conservadurismo y la retrogradez a la edad. Facha se nace. Ya de pequeñitos a los niños fachas se les nota, es una actitud ante la vida que a poco observador que seas la ves: carácter dominante, poco dialogante, egoísta, soberbio, mezquino, que no respeta lo diferente, que se niega a escuchar y por tanto a aprender, empecinado en ganar siempre, aunque sea por la fuerza, la mentira, la crueldad o la violencia. Ya de adultos, la dialéctica, el razonamiento, el sentido común, la solidaridad y la empatía no existen en su estructura mental. La maldición de Damien.

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