sábado, 8 de junio de 2019

La bicicleta ha llegado para quedarse



A mi padre le llamaban Fili de niño, Filigrana, por lo habilidoso que era con la bicicleta. Él me enseñó a montar en bici. Lo hizo con tal pasión que en un día ya iba yo costera amunt, costera avall, como una loca con aquella BH pesadísima, dos veces mi talla. Quien ama o amó la bici conoce la emoción que provoca empezar a rodar, esa primera pedalada que te impulsa hacia delante, ese pequeño esfuerzo con recompensa inmediata que te anima a seguir. Nunca he dejado de montar en bicicleta, de utilizarla como medio de transporte, en unas épocas más que en otras, dependiendo del momento vital. 

De vuelta en València me acostumbré a ir andando o, si la distancia o la situación lo requería, en moto, pero hace unos ocho meses me picó la curiosidad y me animé a disfrutar del lujo del carril bici. Lo beneficioso que este cambio ha resultado para mi estado de ánimo no deja de sorprenderme. Por un lado, ya tengo una edad y alergia crónica al ejercicio físico, con lo cual al exceso de grasa se le suman los entumecimientos muscular, articular y óseo generalizados, e introducir un esfuerzo físico extra me ha venido de perlas —no he perdido ni un gramo pero me encuentro fuerte y ágil. Por otro lado, recuperar el placer de ir en bici, comulgar con el juguete, sentir esa extensión de tu cuerpo hecha de hierro en movimiento, revivir tu tú misma que es la infancia, me llena de alegría.

Pero el verdadero plus que desde mi punto de vista aporta la manera en que se ha dispuesto el carril bici en València es la interacción humana entre la gente que transita la ciudad. Cuando voy andando voy a mi bola, no me fijo en la gente, no interactúo con ella, no estoy pendiente de adónde va o de dónde viene; sin embargo, cuando voy en bici dejo de ser invisible, interactúo, mantengo contacto visual, presencia física, incluso conversación. ¿Existe esta comunicación cuando vas sola aferrada al volante?, ¿te sientes conciudadana, parte del espacio, de la sociedad?, ¿existes más allá de las cuatro paredes de cristal? A poco honesta que seas, la respuesta es “no”. La bicicleta es un grano en el culo para los poderes establecidos. El conveniente culto al coche no solo beneficia económicamente a la industria automovilística, a las grandes petroleras y al sistema macro económico que en ellas se sustenta, sino que además alimenta ese individualismo exacerbado tan necesario para la alienación, de la que tanto hablaron Marx y los marxistas y que tanto negaron los anti marxistas que parece que el concepto haya quedado obsoleto o vacío de contenido, pero no, absolutamente no.

La implantación del carril bici ha generado una gran controversia. Hay una serie de efectos inmediatos y objetivos —disminución del tráfico y de la contaminación tanto ambiental como acústica y mejora de la salud física y mental de los ciclistas— que sus detractores detestan y niegan vehementes, tanto, que incluso te increpan, te pitan, cruzan kamikazes por delante de ti —esto pasa mucho en la calle Colón, los vecinos de la zona están muy quemados por no poder dejar sus coches de dos toneladas aparcados en doble fila y te lo hacen saber con su actitud.

A pesar de todo, tengo la firme esperanza de que esta absurda sinrazón pasará y la evidencia del cambio climático animará a los estúpidos a aparcar sus mórbidos tanques de una vez por todas. Espero que no sea tarde.
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4 comentarios:

  1. Con la llegada de los patinetes a motor, que ningún parecido guardan con el arte de bicicletear, compruebas que el tempo perfecto es aquel con el que interactúas con los demás seres vivos, ese con el que te cuidas y cuidas,disfrutando al mismo tiempo...pero además la bici da libertad, te llegas a fusionar con ella hasta el punto de considerarla parte de tu cuerpo, a la vez que tal sencillo artilugio se convierte en tu fiel y modesta compañera 😃

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  2. Mejorando cada día ! Un artículo tan bien escrito que me emociona.

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