miércoles, 18 de diciembre de 2013

Un año esperando ansiosa la cena de Navidad


Acudía a aquella cena como quien va al dentista. Compañeros de curro, estrellas de galaxias ya muertas hace tiempo y ella la más lejana, la más muerta. No podía más que ser fría aquella noche de invierno, cena de Navidad muermo de empresa que se hunde. Con aquella sensación de pieza de puzle en un sarao que no es el suyo, forzando sonrisas, comiendo obligada, mirando el reloj, evitando las copas y los posibles bailes de luego, deseando llegar a casa, acogedora solo por la paz que infiere ser una misma.

Al restaurante ya había llegado la mitad de la plantilla, la mitad fumando fuera, primer paso de vía crucis. En los que solo salen dos noches al año la emoción era sincera, en los otros el fastidio era evidente. Al menos las más amigas ya habían llegado. Escotes, brillos, rímeles, perfumes, tacones, lacas y minifaldas. Perfumes, zapatos y corbatas. Ella sobria pero informal y tapadita que hace frío. De tripas corazón, como en los funerales o en las bodas. De tripas corazón, como en cualquier acto social no deseado.

La primera prueba a superar era la ubicación en la mesa, había que colocarse cerca del colegueo, lejos del jefe y de algún que otro odioso compañero. Cuanto más lo pensaba más absurdo era estar allí. Los compañeros de trabajo son como la familia, no se eligen. El gracioso a sus gracias, el crack a su desdén y la sexy a su balanceo de melena. Frases subordinadas a tu estatus en la empresa. El jefe bebiendo hasta desinhibirse para rozarse, tontear y coger de la cintura a las empleadas de amplio escote, kilo de rímel y cara marrón tierra. Caras bonitas, cuerpos jóvenes suyos por contrato basura. Una gran familia.

La del jefe no era la única lujuria desatada por el alcohol y el olor a bar. El tonteo habitual del trabajo se proyectaba aquella noche de mesas decoradas con guirnaldas y entrantes de jamón ibérico. Las coquetas, listas elegantes y cortas patéticas, desplegaban sus encantos. Ellos también se exhibían, los más simpáticos llenando sus pulmones para ensanchar los hombros y dando voces y los displicentes mostrándose serios, callados y arrogantes.

Hacia el segundo plato el ambiente ya estaba caldeado por los caldos diversos y para el postre ya empezaba a haber asientos vacíos de los que se iban a fumar, mear o hacerse una foto con los ojos enrojecidos no precisamente por el flash. "Pero qué buena estás", le decía uno a una, "me pones a cien. Ya sabes, cuando quieras", ella reía y reía y se sentaba encima de él para hacerse la foto. Viendo la escena, una de las cortas me susurraba "Es que Ana es tan guapa" mientras reía histérica y se lanzaba hacia ellos para salir en la foto.

El conjunto daba mucha grima: la sexualidad mal entendida, el absurdo juego de roles, la frívola asunción del machismo más hiriente y el jefe sobando a una mal pagada que le reía las gracias mientras su señora observaba arropada por el abrigo de piel abrazado a su silla.

































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